Su historia se ha recogido incontables veces, pero
eso no la hace menos fascinante. La vida de José González Vián seduce
porque representa esos escasos milagros en los que la inteligencia y la
perseverancia dan un giro de ciento ochenta grados a una existencia que
iba a ser como la de cualquier hijo de vecino. Tres datos dan idea de su
increíble trayectoria: nació en 1940 en Cabana —por aquel entonces
Vilaodriz y ahora A Pontenova— en el seno de una familia humilde,
trabajó hasta los veinte años como ‘ferreiro’, afilador o aprendiz de
aserradero y hoy en día es el único miembro español de la Academia
Internacional de Termoelectricidad, con sede en Kiev. Entre estos hitos
media, dice, «trabajo, método, privaciones, disciplina y emoción».
González Vián se crió en Riotorto —en Ferreiravella,
como le gusta matizar—. Hijo de un afilador, siguió la línea familiar
durante su infancia y adolescencia. Él mismo trabajó también el oficio
de su padre, y fue además ‘ferreiro’, cavó el monte y trabajó en un
aserradero. En aquel entonces, en Ferreiravella «no estudiaba nadie» y
su máxima aspiración era llegar a ser chófer. Sin embargo, algo, «sin
saber cómo ni por qué», lo impulsaba a formarse y conocer. En esta
senda, Angélica, una maestra que aún hoy vive, se convirtió en su «foco
motivador para que siguiera adelante». Le ayudó a preparar el ingreso y
con 19 años se vino a Lugo a estudiar.
En la capital cursó Maestría Industrial y, a la vez,
el bachillerato nocturno. Su talento no pasaba desapercibido y sus
profesores le animaban a seguir formándose, alguno incluso le llegó a
ofrecer ayuda económica. Su beca «de categoría A» no llegaba para todo,
pero tenía el apoyo generoso de la familia. Su hermano emigró a Bélgica y
desde allí le enviaba dinero, su madre «criaba ranchiños» y de casa
llegaba todo lo que podían enviarle. Él contribuía dando clases
particulares.
Tras acabar en Lugo, y siempre becado, se traslada a
Madrid a estudiar perito industrial. Al terminar, decide hacer la
ingeniería industrial en Bilbao, pero no le convalidan nada, y tiene que
cursarlo todo otra vez. Tras diez años de carrera, consigue sacar la
ingeniería superior.
Su primer trabajo fue en la compañía Westinghouse, en
el departamento de reactores nucleares. La compañía se encargaba de los
equipos para la central nuclear de Lemóniz, un proyecto con una fuerte
contestación popular. Decide dejar la empresa cuando ETA mata al
ingeniero jefe de la central, José María Ryan, y se pasa a la
universidad.
González Vián realizó tesis en la Universidad del
País Vasco y en la Universidad de Newcastle y desarrolló una carrera
docente e investigadora en la que cubrió todas las categorías posibles,
desde profesor no numerario a catedrático universitario. Gran parte de
su trayectoria se desarrolló en la Universidad del País Vasco, hasta que
en 1989 se pasa a la Universidad Pública de Navarra, donde participa en
la puesta en marcha del Departamento de Ingeniería Mecánica y de
Materiales.
En esta última etapa, su actividad será
fundamentalmente investigadora, en estrecha colaboración con la empresa
Bosch-Siemens, con la que ha firmado varias patentes en el campo de la
generación y refrigeración termoeléctrica. «La experiencia con los
alemanes ha sido maravillosa. Yo me siento gallego, pero mi mentalidad
es un poco alemana, su método de trabajo me gusta mucho», dice.
En su trayectoria ha colaborado con numerosas
instituciones internacionales, como docente y como investigador, pero
uno de los momentos culmen de su profesión sucedió en Odessa en febrero
de 2009, cuando la Academia Internacional de Termoelectricidad lo
convirtió en el primer —y hasta ahora único— académico español en la
asociación internacional más importante en este campo. «A uno se le
acumulan los recuerdos, sobre todo el sacrificio de los padres. Creo que
ese día el río Dniester creció con mis lágrimas», dice.
Ahora, ya jubilado, trabaja en proyectos de la
academia. En la actualidad se encuentra en Kyoto (Japón), inmerso en un
proyecto de investigación que pretende desarrollar nuevos materiales
termoeléctricos. «Para llevarlo al nivel doméstico, se trata de que un
cristal pueda generar frío o calor» con la consiguiente revolución
energética que eso supondría. Vián también participa en el proyecto para
hacer una burbuja climatizada de cuatro kilómetros en Astaná
(Kazajstán).
González Vián, o Pepe, el nieto de ‘El Macanudo’ — «un hombre
brillante», dice de su abuelo—, ha encontrado retos a la altura de su
capacidad y de su esfuerzo. «La inteligencia nos viene dada, el mérito
es gestionarla», sentencia.
¿Quién es? José González Vián Trayectoria Ingeniero industrial y catedrático jubilado de la Universidad Pública de Navarra. Profesor de postgrado del Instituto Politécnico Nacional de México y la Universidad de California. Miembro del British Technology Centre (UK) y de la Sociedad Internacional de Termoelectricidad. Colabora con la Academia Rusa de Ciencias, la Universidad Ben-Gurion de Israel o el Jet Propulsion Lab de la Nasa. Ha publicado más de una docena de libros y desarrollado 12 patentes. |
Futuro
''En investigación, como pierdas la ola ya no la vuelves a recuperar jamás''
José González Vián ha dedicado mucho tiempo a la investigación, una actividad que le apasiona, como él mismo reconoce, pero que es, a su vez, muy exigente y precisa mucha dedicación. «En ciencia no hay milagros, hay hormiguitas», define. Así ha sido su trayectoria, forjada paso a paso. Aunque el resultado en su conjunto es muy destacado, asegura que también ha habido fracasos y que de ellos «se aprende tanto como de los éxitos, aunque cueste más asimilarlo». Tampoco resulta fácil, dice, compaginar esta exigencia con la vida familiar.
''En investigación, como pierdas la ola ya no la vuelves a recuperar jamás''
José González Vián ha dedicado mucho tiempo a la investigación, una actividad que le apasiona, como él mismo reconoce, pero que es, a su vez, muy exigente y precisa mucha dedicación. «En ciencia no hay milagros, hay hormiguitas», define. Así ha sido su trayectoria, forjada paso a paso. Aunque el resultado en su conjunto es muy destacado, asegura que también ha habido fracasos y que de ellos «se aprende tanto como de los éxitos, aunque cueste más asimilarlo». Tampoco resulta fácil, dice, compaginar esta exigencia con la vida familiar.
González Vián está convencido de que en España «hay
mentes muy buenas, que triunfan en la primera línea», pero advierte del
desastroso efecto que tendría reducir los recursos. «Abandonar la
investigación es un camino sin retorno, hay que jerarquizar los recursos
y llevarlos hacia ese campo, no digo que el resto no sea importante,
pero otras cosas pueden esperar», asegura.
En este campo, es muy difícil, si no imposible, recuperar
el tiempo perdido. «Como pierdas la ola del área en el que trabajas, ya
no la vuelves a alcanzar».
Critica, sin embargo, que en la carrera universitaria
española no se tenga en cuenta la producción bibliográfica ni docente.
«Para ser catedrático si no tienes tres sexenios de investigación no
tienes nada que hacer, la docencia no cuenta para nada», al contrario de
lo que sucede en otros países, como Estados Unidos. Este sistema, dice,
facilita que se abandone la docencia para dedicarse «a lo que da de
comer».
Mar M. Louzao/El Progreso (Lugo)