Muchos pontenoveses admiten que están hartos de que la localidad sea conocida como «ese lugar por el que se pasa para ir a Taramundi». Pero esta situación pronto cambiará, a tenor del poder de atracción que la localidad está ejerciendo en los últimos años entre gentes de toda España y del extranjero.
«Me gusta este clima, verde y húmedo, similar al de mi lugar de origen», confiesa el brasileño, del estado de Santa Catalina, Rossano Bizinella, que lleva cinco años empadronado en A Pontenova, al igual que su esposa, también brasileña, y sus dos hijas. «Compré una casa por internet en la aldea de Pacios, que aún estoy rehabilitando», admite este albañil, que prefiere «la vida tranquila del campo y la proximidad del mar para hacer surf entre Ribadeo y Castropol, una vez al mes».
También al pueblo pontenovés de Conforto llegó, hace escasos meses, una malagueña de 44 años, Ana María Ortega, con su marido y sus dos hijos. Escogieron vivir en A Pontenova, entre las zonas exhibidas en la web de aldeasabandonadas.com, en la que se comercializan casas ubicadas en el medio rural, cuyos precios oscilan entre los 5.000 euros de una vivienda de piedra y los 700.000 euros de un pazo. «Vivir aquí es totalmente diferente a la vida en la ciudad, somos autosuficientes cultivando y criando gallinas, por ejemplo, y todo es más barato», señala Ortega, que abrió además una lavandería en la localidad.
Isabel García Fernández / El Progreso (A Pontenova)
Foto: Rossano Bizinella y Vicente Ansola, frente a los ‘fornos’ de A Pontenova. JOSÉ Mª ÁLVEZ