El barrio que corona Ferrol, el situado más cerca
del cielo, posee una personalidad que ha sobrevivido al paso del
tiempo: la que hace que en él convivan la cultura tradicional y la
modernidad del tercer milenioCuando comenzó a poblarse, Canido fue una aldea. Y de hecho conservó ese nombre, al menos a nivel popular, el de Aldea de Canido
, hasta épocas relativamente recientes. Aún se le conocía así
-disculpen el juego de palabras- cuando ya había dejado de serlo. Las
estampas del XVIII, del tiempo en el que Ferrol nació de nuevo para
albergar la más asombrosa de las bases navales de su época, reflejan
perfectamente su paradójica realidad en el siglo de las Luces. Era una
aldea (entonces sí, decididamente) que no se encontraba dentro de la
ciudad... pero sí en el interior del recinto amurallado. Su
incorporación al espacio urbano fue, de hecho, muy lenta. Cosa que,
cómo no, marcó profundamente su personalidad. Casi podría decirse
-permítasenos también esta licencia- que para siempre.
Al
desaparecido y recordado Bonifacio Borreiros, que no era de Canido pero
que siempre sintió por ese barrio un intenso afecto, le gustaba
recordar cómo en su infancia aquel era un auténtico mundo, cuyos
habitantes veían A Magdalena, Ferrol Vello y Esteiro como universos por
completo diferentes al suyo: como barrios a los que en cualquier caso
se acudía bajando muy empinadas cuestas, y de los que se regresaba
salvando, en sentido inverso, las mismas pendientes. El pintor Antonio
Rivas Pol, que llegó a Canido hace exactamente 30 años, y que ejerció
la docencia en el colegio Cruceiro durante 27, lo cuenta de esta
manera: «Canido -dice Rivas Pol- aínda era, hai uns anos, unha
verdadeira aldea, pola forma de vivir dos seus habitantes. A pesar de
que cada vez se construían máis edificios novos, daquela a xente seguía
vivindo na rúa, sentándose ás portas das casas e non pechando as portas
xamais. Coma se de calquera lugar da Galicia rural se tratase, as
portas estaban abertas sempre, e os veciños eran como unha auténtica
familia, todos eles». El pintor y maestro, que nació no muy lejos de A
Pontenova, en Xudán, pero que decidió instalarse en Canido con los
suyos para siempre, recuerda con especial nostalgia «as hortas que se
traballaron ata non hai moitos anos», y cómo eran muchas las casas en
las que las familias posesían todo tipo de animales domésticos. «As
galiñas, cando nós chegamos aquí, aínda se vían andar ceibas por un
lado e por outro», recuerda, sonriente. Y añade que todavía hoy hay
quien, al adquirir en Canido una vivienda tradicional para restaurarla,
encuentra en su interior todo tipo de aperos de labranza, como si no
hubiese pasado por ella el tiempo.
Tampoco
nació en Canido Julio, restaurador de muebles antiguos, hombre con alma
de artista y enamorado de las cosas que incitan al recuerdo. Pero allí
ha rehabilitado otra de las viejas viviendas del barrio, y ha instalado
uno de sus talleres. «É unha pena que este barrio non se rehabilitase
doutra maneira», dice él, mientras va dejando como nueva una mesa vieja.
Os Maios
Posee
el Canido ferrolano, entre otros méritos, el de haber sido uno de los
lugares de Galicia que siempre supo mantener viva una de las
tradiciones antaño más queridas en todo el país: la de los Maios.
Siguió habiendo Maios en Canido cuando casi en ningún otro lugar
quedaba memoria de ellos, y en verdad puede decirse que fue desde allí,
o fundamentalmente desde allí, desde donde recuperó Ferrolterra toda el
rito de llenar de adornos vegetales el corazón de la primavera.
Todavía
se conservan en el barrio, por suerte, entre las familias que llevan
allí arraigadas más generaciones, numerosos testimonios fotográficos de
cómo Canido celebraba la fiesta de los Maios cuando casi nadie parecía
recordar ya lo que eran. Una fiesta que, como tantas otras
celebraciones, tenía su epicentro en la plaza del Cruceiro. Un Cruceiro
que se cubría por entero de flores, como todavía hoy se sigue haciendo.
Y por cierto (no se sorprendan) que alrededor de esa tradición fue
surgiendo, después, otra más moderna: la del pedestrismo.
Porque
no cabe dejar caer en saco roto, tampoco, el hecho de que Canido fue
uno de los primeros lugares de Galicia que contó con una prueba
pedestre, que durante largo tiempo se llamó -recordémoslo, igualmente-
la Carrera de la Santa Cruz de Mayo. Hace poco más de una década,
todavía se disputó alguna competición que quiso mantener viva la
memoria de aquella, aunque finalmente acabó desapereciendo. Y fue una
verdadera lástima, desde luego, que se perdiese. Porque fueron muchos
los atletas de renombre que, en distintas épocas, corrieron por las
calles de Canido, en aquella competición que hacía del atletismo otra
fiesta más, mientras el mundo aguardaba por la llegada del verano y
celebraba, envuelto en los colores de la naturaleza, que ya había
quedado muy atrás el invierno.