domingo, 3 de enero de 2010

Canido, donde jamás se cerraban las puertas


El pintor Antonio Rivas Pol, que llegó a Canido hace exactamente 30 años, y que ejerció la docencia en el colegio Cruceiro durante 27, lo cuenta de esta manera: «Canido -dice Rivas Pol- aínda era, hai uns anos, unha verdadeira aldea, pola forma de vivir dos seus habitantes. A pesar de que cada vez se construían máis edificios novos, daquela a xente seguía vivindo na rúa, sentándose ás portas das casas e non pechando as portas xamais. Coma se de calquera lugar da Galicia rural se tratase, as portas estaban abertas sempre, e os veciños eran como unha auténtica familia, todos eles». El pintor y maestro, que nació no muy lejos de A Pontenova, en Xudán, pero que decidió instalarse en Canido con los suyos para siempre, recuerda con especial nostalgia «as hortas que se traballaron ata non hai moitos anos», y cómo eran muchas las casas en las que las familias posesían todo tipo de animales domésticos. «As galiñas, cando nós chegamos aquí, aínda se vían andar ceibas por un lado e por outro», recuerda, sonriente. Y añade que todavía hoy hay quien, al adquirir en Canido una vivienda tradicional para restaurarla, encuentra en su interior todo tipo de aperos de labranza, como si no hubiese pasado por ella el tiempo.
Autor:
Ramón Loureiro
El barrio que corona Ferrol, el situado más cerca del cielo, posee una personalidad que ha sobrevivido al paso del tiempo: la que hace que en él convivan la cultura tradicional y la modernidad del tercer milenioCuando comenzó a poblarse, Canido fue una aldea. Y de hecho conservó ese nombre, al menos a nivel popular, el de Aldea de Canido , hasta épocas relativamente recientes. Aún se le conocía así -disculpen el juego de palabras- cuando ya había dejado de serlo. Las estampas del XVIII, del tiempo en el que Ferrol nació de nuevo para albergar la más asombrosa de las bases navales de su época, reflejan perfectamente su paradójica realidad en el siglo de las Luces. Era una aldea (entonces sí, decididamente) que no se encontraba dentro de la ciudad... pero sí en el interior del recinto amurallado. Su incorporación al espacio urbano fue, de hecho, muy lenta. Cosa que, cómo no, marcó profundamente su personalidad. Casi podría decirse -permítasenos también esta licencia- que para siempre.
Al desaparecido y recordado Bonifacio Borreiros, que no era de Canido pero que siempre sintió por ese barrio un intenso afecto, le gustaba recordar cómo en su infancia aquel era un auténtico mundo, cuyos habitantes veían A Magdalena, Ferrol Vello y Esteiro como universos por completo diferentes al suyo: como barrios a los que en cualquier caso se acudía bajando muy empinadas cuestas, y de los que se regresaba salvando, en sentido inverso, las mismas pendientes. El pintor Antonio Rivas Pol, que llegó a Canido hace exactamente 30 años, y que ejerció la docencia en el colegio Cruceiro durante 27, lo cuenta de esta manera: «Canido -dice Rivas Pol- aínda era, hai uns anos, unha verdadeira aldea, pola forma de vivir dos seus habitantes. A pesar de que cada vez se construían máis edificios novos, daquela a xente seguía vivindo na rúa, sentándose ás portas das casas e non pechando as portas xamais. Coma se de calquera lugar da Galicia rural se tratase, as portas estaban abertas sempre, e os veciños eran como unha auténtica familia, todos eles». El pintor y maestro, que nació no muy lejos de A Pontenova, en Xudán, pero que decidió instalarse en Canido con los suyos para siempre, recuerda con especial nostalgia «as hortas que se traballaron ata non hai moitos anos», y cómo eran muchas las casas en las que las familias posesían todo tipo de animales domésticos. «As galiñas, cando nós chegamos aquí, aínda se vían andar ceibas por un lado e por outro», recuerda, sonriente. Y añade que todavía hoy hay quien, al adquirir en Canido una vivienda tradicional para restaurarla, encuentra en su interior todo tipo de aperos de labranza, como si no hubiese pasado por ella el tiempo.
Tampoco nació en Canido Julio, restaurador de muebles antiguos, hombre con alma de artista y enamorado de las cosas que incitan al recuerdo. Pero allí ha rehabilitado otra de las viejas viviendas del barrio, y ha instalado uno de sus talleres. «É unha pena que este barrio non se rehabilitase doutra maneira», dice él, mientras va dejando como nueva una mesa vieja.
Os Maios
Posee el Canido ferrolano, entre otros méritos, el de haber sido uno de los lugares de Galicia que siempre supo mantener viva una de las tradiciones antaño más queridas en todo el país: la de los Maios. Siguió habiendo Maios en Canido cuando casi en ningún otro lugar quedaba memoria de ellos, y en verdad puede decirse que fue desde allí, o fundamentalmente desde allí, desde donde recuperó Ferrolterra toda el rito de llenar de adornos vegetales el corazón de la primavera.
Todavía se conservan en el barrio, por suerte, entre las familias que llevan allí arraigadas más generaciones, numerosos testimonios fotográficos de cómo Canido celebraba la fiesta de los Maios cuando casi nadie parecía recordar ya lo que eran. Una fiesta que, como tantas otras celebraciones, tenía su epicentro en la plaza del Cruceiro. Un Cruceiro que se cubría por entero de flores, como todavía hoy se sigue haciendo. Y por cierto (no se sorprendan) que alrededor de esa tradición fue surgiendo, después, otra más moderna: la del pedestrismo.
Porque no cabe dejar caer en saco roto, tampoco, el hecho de que Canido fue uno de los primeros lugares de Galicia que contó con una prueba pedestre, que durante largo tiempo se llamó -recordémoslo, igualmente- la Carrera de la Santa Cruz de Mayo. Hace poco más de una década, todavía se disputó alguna competición que quiso mantener viva la memoria de aquella, aunque finalmente acabó desapereciendo. Y fue una verdadera lástima, desde luego, que se perdiese. Porque fueron muchos los atletas de renombre que, en distintas épocas, corrieron por las calles de Canido, en aquella competición que hacía del atletismo otra fiesta más, mientras el mundo aguardaba por la llegada del verano y celebraba, envuelto en los colores de la naturaleza, que ya había quedado muy atrás el invierno.
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