REPORTAJE; DIANA MANDIÁ: EL PAIS
El hierro que se extraía a principios del siglo XX de las minas de
Silvarosa (Viveiro) y Vilaoudriz (A Pontenova) iba hasta el puerto de
Rotterdam y de ahí a Alemania. El de Sargadelos fue el primer alto
horno privado del Estado y en las orillas de los ríos Ferreiravella y
Reigadas proliferaron herrerías, mazos y muelas que dieron trabajo a la
mayor parte de las familias de Riotorto y A Pontenova. Este patrimonio,
del que hoy quedan apenas las ruinas, será el protagonista de las
jornadas que hasta el mes de diciembre organiza la asociación Mariña
Patrimonio en varios ayuntamientos de la comarca. El objetivo, recordar
la importancia del sector industrial de A Mariña, que no sólo fue
agrícola y marinera.
Esto último lo saben muy bien en Riotorto, terra de ferreiros, al
igual que sus vecinos de A Pontenova, y los asturianos de Taramundi y
Santalla de Oscos. En septiembre, tras el descanso veraniego, llegaban
los encargos para la siega de Castilla, que mantenía a los herreros de
Riotorto ocupados hasta junio. "Los pedidos eran tantos que estaban
trabajando para ellos todo el año, a veces incluso entre varios",
cuenta el historiador Miguel Abraira, autor de varios trabajos sobre la
industria del hierro en Riotorto. En la actualidad, en este municipio
lucense apenas quedan restos de lo que hasta los años 60 fue la
principal actividad de las familias de la zona. En la parroquia de
Ferreiravella, el mazo de A Fraga o del Buen Deseo, como lo
llamaban los vecinos, se restauró sin prestar mucha atención a sus
características originales, en especial al viejo piso de ceniza y
tierra, hoy de pizarra. Y de la herrería de Meilán -datada en el siglo
XVI- sólo queda un topónimo y mucha escoria (los restos del hierro que
no continuaba su transformación).
Pero estos no son los únicos vestigios de la edad de oro
del hierro gallego. Al lado de los ríos proliferaban las muelas,
pequeñas construcciones para afilar las herramientas. "Trabajaban en el
fondo de un valle muy frío, porque apenas les llegaba el sol", explica
Abraira. Tres veces al día, las mujeres de los herreros se echaban a
los caminos para llevarles comida y volver cargadas de herramientas
listas para envolver con paja. Ellas, fueron indispensables para el
éxito de un rural en el que la agricultura de autoconsumo daba de comer
pero no permitía flujos de dinero. "El de herrero era un oficio muy
duro, pero respetado". Eran los tiempos en los que había "un ferreiro
en cada casa", cuenta Abraira.
El hierro no había que buscarlo
lejos. El triángulo de Viveiro-Vilaoudriz (A Pontenova)-Ribadeo fue el
polo industrial más importante de la provincia de Lugo hasta pocos años
antes de la Gran Guerra. "Los avances técnicos permiten aprovechar
desde 1880 hierro con fósforo", relata Xoán Carmona, otro de los
participantes en las jornadas de Mariña Patrimonio. La explotación de
la mina de A Silvarosa, adquirida en 1893 por la sociedad alemana The
Viveiro Iron Ore vio crecer a su alrededor un poblado de 30 casas, con
hospital, almacén, escuela y capilla, en el que trabajaron unas 400
personas. Hoy continúa habitado, pero el teleférico que transportaba el
mineral hasta el cargadero de A Insua está parado desde los años 60.
Otro tanto sucedió en Vilaodriz, que incluso contaba con un ferrocarril
para transportar el hierro hasta Ribadeo. Los hornos de calcinación de
A Pontenova fueron testigos de la agitación obrera, que convirtió A
Mariña en el núcleo "más sindicalizado de la provincia", cuenta Carmona.
Pero
A Mariña pasó a la historia de la siderurgia peninsular gracias a
Sargadelos, creada en Cervo en 1794 para producir municiones para el
Estado. "En A Mariña el paso del tiempo y el clima han acabado con
buena parte de nuestro patrimonio industrial", lamenta Carmona. La
posguerra cerró las últimas minas y la llegada de la electricidad
trifásica alejó a los herreros de los ríos. Los que todavía resisten
-unos 20 en Riotorto- trabajan ahora en casa, con un martinete
eléctrico.
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