viernes, 23 de enero de 2009

Vicente Ansola



El cántabro Vicente Ansola vive en A Pontenova desde hace ocho meses porque hay más de treinta años una mujer le ofreció "unas naranjas". Él tenía 16 años y descubrió que era capaz de comprender el gallego, algo que no le acontecía a su madre, que estaba a su carón.

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Ansola solía visitar una vez al año el lugar de Dexo, en Oleiros, para visitar a unos amigos de sus padres "y desde el tren siempre veía una Galicia mágica y diferente, que era la del interior". La lengua y la mitología lo animaron a sentirse "como un gallego más", asegura en una lengua que empeña en aprender y a fijarse como objetivo para residir en esa tierra de trasgos "y aparecidos que tanto lo fascinó".

"La decisión la tomé la raíz de una exposición en Pontevedra. ¡Dios mío! Era la villa de Los gozos y las sombras, la novela de Torrente Ballester; un lugar precioso y muy distinto a A Coruña que yo conocía, donde la gente es diferente", comenta.

De esa manera empezó un viaje que duraba un montón de horas en ferrocarril, pero que a él le llevó tres décadas. Comenzó en Santander, en el año 2000, cuando decidió dejar de lado la fotografía comercial y centrarse en la artística. "Eché varios años en Cantabria, pero no encontré respuesta", afirma. Ansola hizo numerosas fotografías de su comunidad, "pero no me hicieron caso ni en las galerías ni en los despachos, porque los cargos políticos de Cantabria están muy influidos por Madrid y no quieren saber nada que suene a cantabrismo". Con todo, publicó una elección de imágenes cántabras junto con otras de Chicago en el libro El bosque de las flores dormidas.

Por mor de la decepción en su tierra, en el 2005 se marcha para el oeste de Irlanda. Estuvo residiendo un año en una villa del condado de Galway. Cuando está contando su peripecia vital se interrumpe para ofrecer la nota gallega: "En Galway dicen que son gallegos porque allí desembarcaban licores muchos marineros gallegos en siglos pasados".

Durante ese año recorrió 25.000 kilómetros encontrando paisajes únicos que le inspiraron unas seis mil fotografías. 39 de esas imágenes conforman el libro El bosque de la bailarina, que acaba de editar. Comparando Irlanda con Galicia, asegura que en la isla "los caminos son más revirados y no encuentras gente en medio de los paisajes; no como aquí, que hay gente en todas partes".

Otra ventaja que este artista encuentra a Galicia es la lengua en la que se dice "naranja", "que es una lengua preciosa porque te envuelve". De hecho, Vicente Ansola se siente atrapado por el idioma y, a cada frase, pregunta por la corrección de las expresiones que usa: "¿Hay alguna traducción para niño pijo?"

Prepara un libro sobre A Pontenova
Vicente Ansola se empeña en que sus vecinos de A Pontenova valoren el paisaje y la arquitectura popular del municipio, por lo que está preparando un volumen que editará esta primavera. "Cuando se lo propuse a los del Ayuntamiento me miraron con cara de curuxa, pero luego me brindaron su ayuda", recuerda.

El material del que parte son unas siete mil fotografías de casas de piedra, hórreos, cabazos y personas. Explica que en "este libro hay personas porque quería rendir un homenaje a todas esas personas que siguen viviendo en la zona rural, que son los últimos mohicanos".

"Me da pena que no valoren sus casas y sus construcciones, por lo que voy a intentar cambiar esa visión a través de lo que sé hacer: la fotografía", asegura. Al margen de convencer a los vecinos, intenta que las autoridades empiecen a recuperar núcleos. Él comenzó ese trabajo en A Caenlla, donde compró una casa que está restaurando y donde piensa vivir.


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