sábado, 24 de marzo de 2018

Margaride: sueño roto en Budapest



Tenía entre ceja y ceja un deseo irrefrenable: correr los 5.000 metros en los Juegos Olímpicos de Barcelona. El cronómetro, sin embargo, no lo acompañaba cada vez que afrontaba sus intentos para estar en la Ciudad Condal.  Jesús González Margaride (A Pontenova, Lugo, 1967), conocido por Tito Margaride, decidió entonces, como última oportunidad, acercarse hasta Budapest (Hungría), en junio de 1992, para intervenir en un mitin que le diese la marca exigida. Pero no pudo correr. El día de la competición se desvaneció en la calle y con consecuencias terribles. En el Hospital de Lugo le diagnosticarían trombosis del tronco basilar. El atletismo dejó de contar para él y pasó a convertirse en algo del pasado. Aquel año 1992, el atleta lucense ocupó el quinto puesto del ranking nacional en 5.000 con 13 minutos 28 segundos 57 centésimas, marca lograda el día 6 de ese mes de junio en Sevilla (el mejor registro del año lo poseía Abel Antón en 13:21.86).
Jesús González Margaride en la Carrera Pedestre Popular de Santiago de 1991 en la que fue el ganador
La fortuna que tuvo Margaride, ya desde niño, radica en haberse encontrado con Mariano Castiñeira (Pontevedra, 1946), médico traumatólogo, atleta (corrió en dos ocasiones la prueba de 100 kilómetros: en Millau (Francia) en 1978 y en Santander en 1980, la primera vez que se organizó esta carrera en España) y entrenador.  Mariano recaló con su mujer, también médico, en A Pontenova y fue allí donde conoció a Margaride cuando tenía once años. “Recuerdo el primer día”, explicó en 1993 en El Correo Gallego. “Me trató de usted y me dijo si podía correr conmigo. Había un circuito muy bonito en la orilla del Eo y le mencioné que sí. Vino en pantalón vaquero y en botas de lona. Me aguantó una hora y yo frenándolo. ‘Chaval, vete despacio que hay que dar la vuelta después`. Al día siguiente le compré un chándal. La expresión de él cuando le aparecí con el chándal no la olvido nunca”.
En 1988, cuando militaba en el Lucus, Margaride presentaba unas marcas de 13:48.81 en 5.000 y 29:21.49 en 10.000; y un año después la mejoría en ambas distancias era palpable ya que las había podido correr en  13:44.13 y 28:49.46 (en 1990 hizo 28:42.57), añadiéndose en esta ocasión unos 8:02.61 en los 3.000. “Desde mis inicios siempre comprendí que, corriendo, podía llegar muy alto. Entrenaba bastante, sufría, pero al mismo tiempo me sentía muy satisfecho y sobre todo disfrutaba con la competición”, escribió Margaride en Galicia Atléticaen septiembre de 1994.
No estuvo afortunado la primera vez que fue convocado a la selección española, hecho que se produjo el 11 de mayo de 1991 en Vigo en el Campeonato Ibérico de 10.000 metros. Margaride se retiró de aquella carrera que se jugaron al sprint el portugués Dionisio Castro y el gallego de Marín Carlos de la Torre,  con triunfo de aquél con 28:21.18 por los 28:21.27 de su contrincante más feroz.
El lucense (1173), con el galés Tony Graham a su lado, en la Pedestre de Santiago de 1990
Pero volvería a ser llamado a defender el equipo nacional dos veces más, ambas en 1992. En mayo acudió a Madeira (Portugal) al primer Campeonato del Mundo de Relevos en Ruta en compañía de José Manuel Albentosa, Francisco Guerra, José Manuel García, Juan Carlos Paúl y Juan Antonio Crespo; al lucense le correspondió realizar el segundo relevo, 10.000 metros, que cubrió en 29:18. El equipo español, entre quince países, acabó en quinta posición.
Y su capítulo internacional lo cerró el 9 de junio en Oslo, en un triangular entre Noruega, Suecia y España. Participó en la carrera de 5.000 concluyendo tercero (13:38.20), siendo superado por Abel Antón (13:36.20) y el sueco J. Danielson (13:37.47). La selección española venció con 115 puntos, uno más que Suecia, mientras que Noruega finalizaba con 105.
Cuando asomó el esperado 1992, el de los Juegos de Barcelona, se dibujó ante él una ilusionante pasarela que conducía a un gran objetivo: ser olímpico. Con el consejo, claro está, de su entrenador Mariano Castiñeira, “que siempre fue como mi padre y amigo para mí”, preparó con especial intensidad una campaña que se prometía fructífera. “Las marcas me habían acompañado y me veía con posibilidades de hacer la mínima en los 5.000 o en los 10.000”. En realidad, llegó a tener más confianza en que la marca la consiguiese en la prueba más larga ya que, sin haberse centrado en ella, “había respondido muy bien”.
Margaride iba en serio.  Tanto que, para poder dedicarse con más empeño al entrenamiento, dejó su puesto de trabajo en una distribuidora de medias y calcetines, algo, a decir verdad, que no le condicionaba en exceso pero así pudo disponer ya de la mañana y la tarde para prepararse.
Pensó que debía afrontar una carrera de 10.000 metros buscando la mínima olímpica en Maia (Portugal), en una confrontación ibérica a finales del mes de abril. No le permitieron correr en la serie buena y lo hizo en la de un nivel inferior. Tuvo que retirarse a mitad de la prueba al darse cuenta de que era un esfuerzo improductivo. “Iba solo y al segundo le llevaba 300 metros; el ritmo iba por encima de 28:30.”, dijo.
Entrando en el Obradoiro en la edición del 90 de la prueba compostelana
Como en el horizonte no se contemplaba la programación de un 10.000 de cierto nivel, optó  por entregarse en una carrera de 5.000, con liebres, en Pontevedra. Pero tampoco dio resultado. “Fue un fracaso”, así de rotundo lo rememoró. “A partir del 2.000 tuve que tirar todo el tiempo”.
Viéndose cercado por el calendario, llegó a rogarle a su mánager Miguel Ángel Mostaza que lo inscribiera en la carrera de 5.000 del Gran Premio Diputación de Sevilla (Expo´92) del 6 de junio. Aquello tenía que ser algo fantástico teniendo en cuenta la calidad de quienes iban a estar presentes.  Se impuso el alemán Dieter Bauman (13:09.03), el marroquí Khalid Skah quedó segundo (13:09.10) y el keniata Yobes Ondieki  tercero (13.09.72); el primer español, en octavo lugar, fue Anacleto Jiménez (13:26.33), un puesto por delante del gran José Luis González (13:26.75) y del no menos grande Abel Antón (13:27.79). Margaride, que era atleta de la Gimnástica de Pontevedra, acabó duodécimo con su mejor marca de siempre (13:28.57). “Me salió una buena carrera”, recordaría años más tarde. Y no es de extrañar que hubiese sido así porque tras él quedaron atletas de indiscutible valor: José Carlos Adán, Carlos de la Torre, Antonio Serrano, Antonio Prieto, Martín Fiz, Juan Carlos Paúl…
Solo tres días después de haber corrido en Sevilla recibió la notificación de que debía acudir con la selección española a Oslo a una contienda con Noruega y Suecia. Pero él no quería. Buscó argumentos varios: que si era poca la recuperación, que si en el triangular no habría posibilidad de conseguir marca y que además en esas fechas tenía exámenes de 2º de BUP. No convencieron sus planteamientos. Sobre este particular momento escribiría el atleta en un texto autobiográfico: “Me obligan, coaccionándome un poco y diciéndome que pondrán liebres”. Su marca, ya reseñada, fue 13:38.20.
En el aeropuerto santiagués de Lavacolla en junio de 1992
Dado que los Campeonatos de España del 92 se iban a celebrar en Valencia los últimos días de junio, lo que quería el gallego era llegar a ellos con la mínima ya conseguida. Y el tiempo se acortaba. Oteó el panorama de competiciones y únicamente apreció un mitin en Budapest que le venía como anillo al dedo. Será el día 18. “Me parece una buena fecha. Me informan que se correrá sobre 13:25 y decidimos ir. Incluso tengo que pagarme yo parte del viaje”, contó en Galicia Atlética. Realizó él solo el desplazamiento. “Mi mujer está embarazada de ocho meses y no nos parece adecuado hacer un viaje tan largo”.
Budapest, 18 de junio. Margaride tiene que correr los 5.000 metros a las siete de la tarde. Se levantó a las nueve de la mañana para desayunar y se volvió a la cama a leer y descansar. “Sobre las doce salgo del hotel a rodar un poco y de repente me da como una especie de corriente por todo el cuerpo y caigo desplomado en el medio de la calle; estoy consciente, nadie me coge. Todo el mundo queda mirándome, quiero hablar y no puedo. El tiempo se me hace interminable y ya no recuerdo nada más”.
Aeropuerto de Lavacolla de Santiago de Compostela, 23 de junio. La negrura de la noche hace algo más inquietante la espera. A las 23.30 aterriza el avión ambulancia de Budapest, que había hecho escala en Montpellier,  con Tito Margaride acompañado de su esposa Teresa y de su entrenador Mariano Castiñeira. Los están aguardando Eduardo Lamas y Ramón Brigos, por parte de la Xunta, y Sergio Vázquez e Isidoro Hornillos, de la Federación Gallega de Atletismo. Poco antes de que emprendieran camino hacia Lugo, Mariano comentó: “Aquello fue horrible. Él se encontró dos días solo. Se cayó en la calle. Lo quiere contar pero como no puede hablar nadie lo sabe. Lo metieron en una ambulancia. Estaba consciente pero no podía hablar, no entendía nada el húngaro. Nosotros hasta 24 horas después no nos enteramos de lo que había pasado”.
Transcurridos entre veinte y treinta días de lo que le había sucedido en Budapest fue cuando Margaride, según explicó dos años después, empezó a darse cuenta de lo acontecido. “Empiezo una lucha”, escribió, “para poder mover mi lado derecho que está paralizado e incluso para aprender a manejar la mano izquierda, ya que con la derecha no puedo”. Estaba ya inmerso en la fase de recuperación. Acudía por la mañana a la rehabilitación al Hospital Provincial de Lugo y por la tarde lo visitaba un fisioterapeuta en su casa. El hombre que lo ha protegido siempre con una entrega total, Mariano Castiñeira, habló de aquellos momentos en El Correo Gallego, el año 93: “Me sorprende su actitud. Tito siempre fue un hombre muy callado, introvertido, y ahora es todo lo contrario. Se para a hablar con todo el mundo. Habla mucho más que hablaba antes, aunque tiene cierta dificultad para hacerlo. Está convencido de que se va a recuperar por completo. Incluso está pensando en volver a la vida atlética”.
Sandra Myers en el homenaje a Margaride en Santiago en septiembre de 1993
El espectacular acontecimiento al que no pudo concurrir, los Juegos de Barcelona, los vivió a través de la televisión y se encontró, al igual que todo el mundo, que tanto Martín Fiz como Fermín Cacho se acordaron de él tras sus actuaciones. “Me emocionaron mucho las palabras de Fiz al quedar eliminado en las clasificatorias de 5.000 y de Cacho al quedar campeón olímpico. Pienso que no podré olvidarlo mientras viva”. También a Mariano le llegó al corazón el gesto: “No hay palabras para agradecérselo. También quiero agradecer a Miguel Ángel Mostaza, mánager de Martín Fiz y Fermín Cacho, y que lo era de Tito, el que siempre haya estado atento. Nos ha llamado muchas veces y creo que ha influido en sus atletas para que se acordaran en ese momento”.
De la situación dramática vivida por su atleta salió Mariano Castiñeira muy enfadado con la Federación Española de Atletismo (RFEA). Preparó incluso un amplio y concienzudo dosier de lo sucedido. Escribió que había mantenido durante meses “una agria polémica con la RFEA para demandarle que hiciese frente a sus responsabilidades de tanta gravedad y, al no conseguirlo, apelé al Consejo Superior de Deportes, quien tomó la postura de inhibirse, saliendo del paso con la concesión de una ayuda económica”.
Una vez supo lo ocurrido en Budapest y consciente de que “se trataba de una patología potencialmente grave”, Mariano pretendió que la RFEA enviase un médico (acompañado de un familiar) a la capital húngara, pero el ente federativo únicamente se hacía cargo de los gastos del familiar del atleta. Cuenta que el doctor Villalón, responsable de los Servicios Médicos de la RFEA, estaba de acuerdo con su opinión pero… “Me asegura que ha informado en este sentido, pero la RFEA no ha accedido”.
Al coincidir con un fin de semana, no resultaron fáciles los movimientos en Budapest. El doctor Villalón le dijo a Mariano que la Embajada Española tenía conocimiento de la situación del atleta aunque “hasta el lunes no se podía hacer nada”. Mariano, en este punto, relata que el lunes se desplazaron a la Embajada pero allí desconocían que un español estuviese ingresado en un centro hospitalario; desde ese instante les pusieron a su disposición un intérprete.
El campeón olímpico Fermín Cacho no faltó a la cita con el lucense
De una ocasión en que el doctor Villalón, un médico ayudante de la RFEA y el entrenador Luis Miguel Landa llamaron a Mariano interesándose por el estado del atleta, éste escribe: “A todos les informé de su gravedad e insistí en la necesidad de que la RFEA tomara parte activa en las gestiones burocráticas, asumiendo económicamente los gastos de traslado, no obteniendo ninguna respuesta afirmativa”.
Cuando se efectúa el traslado del atleta a Galicia, Mariano se responsabiliza “no sólo desde el punto de vista médico sino económico (presupuesto avión sanitario 2.300.000 pesetas), realizándose el viaje con la colaboración del personal sanitario del avión (un médico y un ATS)…”
En una misiva de Mariano Castiñeira a José María Odriozola, presidente de la RFEA, del 2 de septiembre de 1992, le recrimina que no se interesara por el atleta, ni telefónicamente, y, con crudeza, le dice: “Realmente resulta doloroso y difícil de entender un comportamiento tan falto de sensibilidad por parte del principal responsable de la familia atlética en los momentos en que más se necesitan los ánimos y las muestras de solidaridad”. También le señala que, según él, le compete a la RFEA, en primer término, “afrontar las responsabilidades derivadas de este suceso, y muy especialmente las de orden económico referentes a los gastos realizados hasta la fecha” (le indica que lo que costó el traslado de Margaride desde Budapest lo abonó provisionalmente el club Sociedad Gimnástica de Pontevedra, mientras que los gastos de hospitalización del atleta en la capital húngara y el viaje de un familiar, la esposa de Tito, los había abonado él).
A Odriozola no le gustó la carta de Mariano, “escrita”, según el presidente, “en un tono resentido, insultante y amenazante”.  Y le puntualiza algunos aspectos sobre este asunto: “El viaje de Tito a Budapest fue un viaje particular suyo, arreglado por su mánager para competir allí”; “El “accidente” no fue deportivo, por lo que sale del ámbito de ayuda de la Mutualidad General Deportiva”; “La RFEA se ofreció a ayudar en lo posible en todas las gestiones…”; “La decisión de alquilar el avión la tomaron Vds. por su cuenta y riesgo. El que estemos intentando ayudarles a pagar esa factura no implica que tengamos obligación alguna de hacerlo”…  Y tras subrayar que no le puede acusar de dejadez ni tampoco a la RFEA, finaliza: “Vd. ha tomado las decisiones personales  que le parecieron necesarias y oportunas en su momento, pero no nos consultó al respecto antes de ejecutarlas. Por lo tanto, el responsable es Vd.…”
Jesús Alonso Braña, delegado en Santiago de la Federación Gallega de Atletismo, entrega una placa al atleta en presencia de su mujer
Hubo una nueva carta de Mariano a Odriozola donde replica las cuestiones a las que se refirió el dirigente, aunque conviene quizá transcribir del amplio dosier lo que sigue: “Si Vds. hubieran actuado de algún modo efectivo, o bien enviando inmediatamente un médico a Budapest a hacerse cargo de la situación, o bien respaldándome a mí, puesto que yo estaba allí, si hubiesen demostrado con su actitud que por encima de todo les interesaba sacar al atleta del apuro y lo demás era secundario, si éste hubiese sido el caso nada o muy poco nos había importado que a la hora de afrontar los gastos la Federación no dispusiese de los medios necesarios. Ya se buscarían…”
Por otra parte, contestando a una carta de la Sociedad Gimnástica, el presidente de la RFEA le indicó al club pontevedrés que había enviado sendas misivas al Comité Olímpico Español y al Consejo Superior de Deportes “recabando ayuda en este tema” al mismo tiempo que desde la RFEA tratarían de hacer alguna aportación económica.
Hubo igualmente una carta a las federaciones de todo lo sucedido a Tito en la que Mariano les explica lo que considera una actuación “lamentable” de la RFEA y pone de relieve que lo que él iba buscando era “exigirle una política de verdadero compromiso y responsabilidad para con aquellos atletas que en el ejercicio de su práctica deportiva hayan sufrido una desgracia como es el caso de “Tito”, en vez de una política paternalista de ayudas que por su carácter “graciable” pueden incluso resultar humillantes para quien las recibe, que –eso sí- sirven para “quedar bien” a quien las da y que en todo caso a nada comprometen. En mi opinión, nuestros atletas se merecen algo mucho mejor que esto”.
El domingo 26 de septiembre de 1993, la Federación Gallega de Atletismo organizó un homenaje a Margaride en el estadio universitario de la Residencia en Santiago de Compostela con primeras figuras nacionales. Magnífica respuesta del público, que estuvo muy cariñoso en todo momento con el lucense.  Mariano Castiñeira, que se involucró también en la puesta en escena de la reunión, muchos años después comentaría: “Gracias a muchas entidades y personas se hizo. La Federación Española no hizo nada”.
La fantástica Sandra Myers salió muy decidida en la carrera de 800 metros, de tal modo que ya desde el inicio adquirió una ventaja de medio centenar de metros que pudo mantener aunque, al final, le costó alcanzar la meta (2:10.18). Según dijo, era la primera vez que corría los 800 metros pero no se escondía en su respuesta: “Se me ha hecho un poco larga”.
Carrera de 3.000 metros en el homenaje a Tito Margaride en 1993 con José Carlos Adán (333), Alejandro Gómez (359), Martín Fiz (334) y Fermín Cacho (340) entre otros (Fotos: El Correo Gallego)
Si alguien acaparaba de manera especial la atención era el campeón olímpico Fermín Cacho. Participó en una muy nutrida prueba de 3.000 metros a la que se agregaron Martín Fiz, Alejandro Gómez, José Carlos Adán, Carlos de la Torre, entre otros muchos. El grupo se mantuvo compacto durante cierto tiempo y el soriano solo se acercó a la cabeza cuando la carrera entraba en su tramo final, instante en el que surgió impetuoso el portugués Carlos Monteiro para ser el vencedor al sprint (8:28.10). Fermín Cacho, que  acabó tercero (8:28.89), indicó que ya llevaba unos días de vacaciones y que la reunión se celebraba un poco tarde. “Una vez que he echado a correr me he visto bien, con ganas”, dijo. “Aunque no estoy en mi mejor forma quería brindar este espectáculo tanto a Margaride como a la gente de Galicia”.
En las diferentes pruebas programadas hubo estos ganadores: Yolanda Reyes (200), Julia Vaquero (3.000), Ángeles Barreiro (disco), Isaac Viciosa (2.000), Cayetano Cornet (200), Raimundo Fernández (jabalina), Carlos de la Peña (altura), Enrique Talavera (100) y Andrés Díaz (1.000).
Tito Margaride, con su esposa, ocupó un sitio preferente en la tribuna y hasta él se fueron acercando cada uno de los atletas triunfadores.  Tras manifestar que se encontraba “físicamente bastante bien” y que hacía una vida más o menos normal, no debe sorprender que cuanto estaba sucediendo en el estadio le desbordara. Fue muy claro: “En este momento estoy entusiasmado y con una gran emoción. No me esperaba este recibimiento tan especial que me han brindado los atletas”.
De los años de apogeo atlético le quedaron tres títulos gallegos: dos en pista (de 5.000 en 1988, y de 1.500 en 1989) y uno de cross en 1990. Pero, además, ha sabido agrandar su currículo después de su delicado episodio padecido en Budapest. Y es que Tito acabó yendo a dos ediciones de los Juegos Paralímpicos: en Atlanta 1996 finalizó séptimo en 5.000 (19:10.36) y en Sídney 2000 acabó tercero en 1.500 (5:04.66) y octavo en 800 (2:31.11) después de haber hecho en la semifinal 2:28.91.
Más allá del deporte, cuando se iba recuperando de su trombosis solicitó una plaza en la Diputación de Lugo para poder trabajar en el pabellón de deportes. Según dice Mariano, el presidente de la institución en aquel momento, Francisco Cacharro, “le ayudó mucho y Tito ganó la plaza”. Y ojo, no pierde de vista las pistas. Por ellas anda su hijo Miguel, al que se le augura una brillante carrera.
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