lunes, 21 de julio de 2014

¿Cuánto tenemos de gallegos los argentinos?


Aló polo mes de marzo deste mismo ano publicábamos nesta web unha entrevista con Alberto Roselló Lombardero quen nos manda ahora este artículo relacionado ca emigración dos galegos a Arxentina.

Nota do propio Alberto: "He aquí la nota que, bajo el título "Nuestros gallegos. Memorias de un pueblo que definió a la Argentina", publicó la revista Rumbos en su nº 559, del 10-11 de mayo de 2014. Felicitaciones a Ximena Pascutti y a Romina Ruffato por la misma, y también por la atención dedicada al Museo de la Emigración Gallega en la Argentina".

Fuente: Cuánto tenemos de gallegos los argentinos.

Fueron tantos los que vinieron, que según el Censo Nacional de 1914, la Argentina albergaba alrededor de 150 mil gallegos mientras que en La Coruña vivían 60 mil. En los barcos llegaban primero los hombres y más tarde sus familias, trayendo consigo cientos de historias de vida, comidas, música y tradiciones que definirían, de este lado del mapa, la identidad nacional.

El abuelo un día, cuando era muy joven, allá en su Galicia, miró el horizonte y pensó que otra senda tal vez existía”, escribió Alberto Cortez. Esta canción tan personal se transformó en la biografía de miles de hombres y mujeres gallegos que se fueron de su patria para (re)construir sus vidas en América.
Al inicio, el principal destino fue Cuba; pero a fines del siglo XIX el Río de la Plata (Argentina y Uruguay) se convirtió en el preferido. Hacia nuestro país hubo dos fuertes flujos migratorios. El primero, entre 1857 y 1930, trajo un millón de gallegos; y el segundo, entre 1946 y 1960, 110 mil más. Del total, 600 mil se radicaron definitivamente. Con estos números, se anota un récord: la mitad de los españoles que llegaron al país había nacido en Galicia.

Se dice que Galicia tiene cinco provincias: La Coruña, Lugo, Orense, Pontevedra y … Argentina. Tan indisoluble es el lazo entre el allá y el aquí, que así se considera a la Argentina una provincia de ultramar, un terruño propio en los afectos. Fueron tantos los que vinieron que, de acuerdo al Censo Nacional de Población de 1914, Buenos Aires albergaba alrededor de 150 mil gallegos mientras que en la ciudad de La Coruña, la más poblada entonces, vivían 60 mil.

“La emigración atraviesa la historia de Galicia”, advierte Ruy Farías, doctor en Historia por la Universidad de Santiago de Compostela y responsable del área de investigación del Museo de la Emigración Gallega en la Argentina (MEGA). Pero, ¿cuáles son los factores que producen un fenómeno tan intenso y sostenido en el tiempo? La ruina de la industria doméstica campesina (sobre todo del lino y del cuero) junto con la brecha entre la capacidad de producción y la población, fueron dos razones centrales. Aunque no las únicas: la guerra de Marruecos en 1907 también provocó el éxodo de jóvenes que evitaban el servicio militar.

Claro que mucho contribuyó la mejora en las condiciones de transporte, que posibilitaba navegar más seguro, en menos tiempo y a menor costo. “No era una situación de pobreza extrema. El campesino gallego podía hipotecar su parcela para pagar el pasaje en barco. La idea era emigrar, trabajar duro varios años y regresar con los ahorros para invertirlos en su tierra”, explica Farías, quien también se desempeña como investigador del Conicet.

La emigración era una decisión familiar estratégica. La avanzada era masculina: un hombre que, una vez establecido, convocaba a la familia que había dejado. “Se enviaba al más capaz, al más preparado para llevar adelante una vida en otro lado”, agrega. Ese adelantado funcionaba como primer eslabón de la llamada “cadena migratoria”, un boca en boca basado en información de primera mano, confiable. Los que vendrían tendrían aquí un paisano que ya había hecho la experiencia, dispuesto a ayudarlos.
Galicia y Buenos Aires. Documental de 1931 sobre la vida de los gallegos en Buenos Aires.
Ocho pesos del patrón

Francisco Martínez Trasancos era un nene de doce años cuando, en 1904, bajó del barco en el puerto porteño, junto con su tío. Venían desde el pueblo de Vicedo, en Lugo, a probar suerte. Se establecieron en Zárate, donde Francisco consiguió trabajo como dependiente. “Al principio cobraba ocho pesos mensuales y vivía en la empresa –cuenta Angel, su hijo–. Los domingos, los patrones le daban un peso, él se cortaba el pelo y el lunes tenía que entregarles el vuelto y decir en qué había gastado”.

La mayor parte de los inmigrantes llegó en este período, entre 1904 y 1913, y con similares características a la historia de Francisco. Un puesto laboral sencillo que, con esfuerzo y tiempo, les permitía progresar. “En 1923 mi padre se fue de la compañía, muy agradecido, y se mudó a San Pedro del Atuel, en Mendoza, donde instaló  un almacén de ramos generales”, continúa. La proximidad con la estación de tren facilitó el crecimiento del emprendimiento  y, en 1946, ya casado y con tres hijos, Francisco se instaló en la capital mendocina para que los chicos pudieran estudiar. Allí abrió un negocio de venta de miel, que setenta años después, se mantiene vigente.

“¡De joven tenía una elegancia! Usaba traje de El Corte Inglés, camisa Oxford, era muy galante –recuerda Angel–. Juntó dinero para ver a Enrico Caruso en el Teatro Colón, por doce pesos, en el gallinero”. Ese padre que casi no hablaba el idioma gallego y que no regresó nunca, supo transmitirle a su familia la herencia invisible del amor por su patria.
Foto: Archivo General de la Nación.
Herencia invisible
Hubo muchos otros que poblaron distintos lugares: Benito Armada en Cruz Alta, Córdoba; Ramón Agrasar Blanco en Güatraché, La Pampa; Rafael Beleiro, en Aldea Beleiro, Chubut. Si bien la comunidad se instaló principalmente en Buenos Aires y su periferia (sobre todo, en la localidad de Avellaneda)  también hubo familias que echaron raíces en Santa Fe y Entre Ríos.

El comercio fue el rubro principal en el mercado laboral de los varones gallegos. Sin embargo, los hubo en muchas otras actividades: mozos, choferes de colectivos, trenes o tranvías; barrenderos; obreros de curtiembres; estibadores portuarios; petroleros; y hasta guardiacárceles en el famoso penal de Ushuaia.
En cuanto a las mujeres, sobre todo a partir de la primera década del siglo XX, los oficios habituales eran mucamas, cocineras o cuidadoras de niños. “Hay indicios de que se emplearon en industrias duras como la del tabaco, la textil y en los frigoríficos”, comenta Ruy Farías. Todo esto, más la modalidad del trabajo en casa, generalmente en costura o planchado de prendas “para afuera”. Cerca de 1930, las mujeres representaban el 40 por ciento de la inmigración proveniente de Galicia.

Los gallegos en la Argentina nunca dejaron de lado la preocupación por su tierra de origen, por lo que el movimiento asociativo tuvo una relevancia particular. En las tres primeras décadas del siglo XX, surgieron en Buenos Aires más de 470 sociedades de ámbito microterritorial. Se trataba de grupos de personas pertenecientes a una misma aldea o parroquia (la división territorial más pequeña de Galicia) que se reunían para juntar fondos y enviarlos a sus pueblos. “No hay rincón de Galicia donde no haya algo que se llame Argentina”, afirma Farías, y añade un dato: la emigración americana pagó la construcción de 350 escuelas.
Foto: Museo de la Emigración Gallega en la Argentina.

La segunda ola

Al contrario de la etapa inicial, la segunda oleada migratoria apostó por la radicación permanente. En 1946, con el fin de la Segunda Guerra Mundial, Europa necesitaba una salida. España, además, atravesaba la terrible dictadura franquista. A miles de gallegos les urgía irse, por motivos económicos o políticos. Y no pensaban en regresar. La Argentina se presentaba como muy buena opción, con el modelo de sustitución de importaciones en marcha, que requería mano de obra especializada. Y con la ventaja de una comunidad gallega fuerte.
En esta ocasión, la inmigración tuvo un componente femenino, de niños y ancianos, superior que en el período anterior. Fue un movimiento familiar, si bien todavía con el mecanismo de la llegada del varón en primer lugar.

Aquellos gallegos que venían del campo se ubicaron, ampliamente, en la ciudad de Buenos Aires y alrededores, sobre todo en Avellaneda, y contribuyeron al desarrollo económico de estas zonas urbanas. Pero, como en toda historia construida colectivamente, hubo quienes eligieron otras ciudades y con su presencia dejaron huella.
Foto: Museo de la Emigración Gallega en la Argentina.

El club llevará tu nombre

En 1840, el niño Ramón Santamarina desembarcó en la capital argentina con una terrible historia familiar a cuestas. “Se las ingenió para conseguir trabajo. Obtenía una recompensa miserable por guiar a nado las carretas de bueyes que cruzaban el Riachuelo”, relata el historiador Daniel Balmaceda. Se trasladó luego a Tandil donde comenzó como peón y logró ser dueño de 300 mil hectáreas. Se casó dos veces y tuvo diecisiete hijos. Fue tan querido en el pueblo que el hospital y el club lo homenajean llevando su nombre.

La influencia de la comunidad gallega en la formación de nuestra identidad nacional es innegable. Como otros colectivos de inmigrantes, la lengua de origen quedó quizás un poco olvidada, ante la premura por la integración. La comida tradicional (empanada gallega, arroz con leche, pulpo) hizo su aporte al crisol culinario argentino. Aquel abuelo de la canción de Cortez no solamente comprobó que otra senda existía, sino que a través de ella se abría camino hacia un futuro mejor.
Foto: Archivo General de la Nación.

Un refugio para la historia

El Museo de la Emigración Gallega en la Argentina (MEGA) funciona en un imponente edificio antiguo del barrio porteño de San Telmo, dentro de la sede de la Federación de Asociaciones Gallegas. Allí funcionan una nutrida biblioteca y una muestra permanente de fotografías, libros, documentación y diversos elementos relacionados con la historia de los gallegos en nuestro país, abierta al público. Aquellos inmigrantes o descendientes que estén interesados en compartir su historia pueden contactarse al teléfono (011) 4362-5963 o al mail mega-museo@speedy.com.ar.
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