martes, 1 de enero de 2013

De aquí y también de otras partes

El exilio, de una manera o de otra, marcó sus vidas. En estas cinco historias se mezclan sentimientos como la morriña, la frustración o la esperanza, pero todos lograron rehacer sus vidas en sus dos terruños: el de origen y el de destino por el azar político.
MÉXICO. Felisa Abad Serrano vive ahora en Madrid, a donde llegó hace solo cinco años. Esta mujer se casó con Jesús Vázquez Gayoso, un lucense de A Pontenova que fue ministro de Asuntos Exteriores en la República, cargo que siguió ejerciendo desde el exilio, y al que Felisa conoció ya en Venezuela. «Tenía 6 años cuando comenzó la Guerra Civil y mi familia salió para Francia y Venezuela. Allí, en 1950, conocí a mi marido y llevábamos dos años juntos cuando cayó el gobierno de Rómulo Gallegos y vino la dictadura. Así que nos fuimos a Cuba, donde estuvimos hasta 1960. De allí, nos marchamos a México, el único país sudamericano que nunca reconoció el gobierno de Franco. De Cuba no nos echó el régimen castrista, pero la situación estaba revuelta y decidimos marcharnos», afirma.

vivieron su infancia y su juventud en un país que, en un principio, les resultaba ajeno. Para algunos, esos años todavía guardan recuerdos dolorosos; para otros, la integración fue plena y, a estas alturas, todavía les cuesta saber de dónde son.
FRANCIA. Marina Cillero Rodríguez guarda, en el interior de su memoria, cinco años de su infancia vinculados al exilio en los que tanto ella como sus padres, su hermano y una tía, fueron acogidos en tres campos de refugiados en Francia. «Salimos huyendo por el riesgo de que nos mataran en plena Guerra Civil, dado que mi padre era funcionario de Correos y estaba afiliado a la UGT, pero también he de decir que, cuando volvimos, nunca nos sentimos integrados», explica.
CUBA. Marcos Bourio Villarino también vivió su infancia en el exilio. Con solo 2 años, en 1936, se embarcó con su madre a Cuba dado que su padre -socialista «pero de los moderados», aclara-, estaba en domicilio desconocido, «es decir, escapado», dice. «Mi madre tuvo que marcharse porque la andaban buscando para que delatara a mi padre. Ella era muy joven, tenía 21 años y recuerdo que en el barco se encariñaron conmigo. Iba con nosotros el escritor Juan Ramón Jiménez y él, incluso, me cuidaba», afirma.
MARRUECOS. Xurxo Martínez Crespo, con raíces en Escairón, sufrió el exilio hasta hace solo treinta años. Ahora mismo tiene 48, pero en sus papeles constaba como nieto de exiliado. Su abuelo había desertado en 1921 de la guerra de Marruecos y se marchó a Cuba. Allí nació su padre y, pese a que a Xurxo le tocó nacer en Ferrol, le denegaron la ciudadanía española hasta que fue llamado a filas y consiguió arreglar los papeles en la embajada de España en Lima, Perú.
MÉXICO. Felisa Abad Serrano vive ahora en Madrid, a donde llegó hace solo cinco años. Esta mujer se casó con Jesús Vázquez Gayoso, un lucense de A Pontenova que fue ministro de Asuntos Exteriores en la República, cargo que siguió ejerciendo desde el exilio, y al que Felisa conoció ya en Venezuela. «Tenía 6 años cuando comenzó la Guerra Civil y mi familia salió para Francia y Venezuela. Allí, en 1950, conocí a mi marido y llevábamos dos años juntos cuando cayó el gobierno de Rómulo Gallegos y vino la dictadura. Así que nos fuimos a Cuba, donde estuvimos hasta 1960. De allí, nos marchamos a México, el único país sudamericano que nunca reconoció el gobierno de Franco. De Cuba no nos echó el régimen castrista, pero la situación estaba revuelta y decidimos marcharnos», afirma.
REPÚBLICA DOMINICANA. Leticia Almoina es hija de José Almoina, un funcionario de Correos lucense que se exilió a la República Dominicana, donde fue secretario del dictador Trujillo y desde donde, posteriormente, se exiliaría a México, donde fue asesinado por los trujillistas. «Mi padre trató de fingir que todo iba bien y que estaba contento, pero siempre tuvo un deje de tristeza y amargura que no podía disimular mientras vivimos en Santo Domingo. Una vez que llegamos a México, nuestra vida mejoró y veía a mis padres mucho más contentos, aunque constantemente nos mudamos de casa y, en algunas ocasiones, cada uno de nosotros, sus hijos, tuvimos que separarnos y vivir una temporada con alguna de nuestras amistades, por miedo a algún atentado que pudiera sufrir mi padre», dice, aunque reconoce que el exilio por el franquismo que sufrió su padre «mucho peor y todo lo que le sucedió fue consecuencia de este».
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