-Son dos piezas del Barroco portugués. De Portugal vienen
y serán de finales del XVII o principios del XVIII. Tengo muchas piezas
portuguesas, únicas. ¡Cómo somos frontera pasamos la raya un día sí y
otro también!
Le pregunto si es de Verín o de Viana do Bolo o de
Salvaterra do Miño, y me dice que no, que el es de Lugo, de A Pontenova,
sonriendo.
-La raya que nosotros pasamos -me dice- es la de
Asturias. Para nosotros no hay feria como esta de Gijón o la de Tineo.
Aquí, como en Galicia, se aprecia la buena madera.
ELCOMERCIO.ES
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Manolo se considera chamarilero o alfarrabista -vendedor
de antigüedades- tan sólo a medias. El negocio de su familia era la
carpintería y, desde hace trece años, combina dos perspectivas: rehacer
como siempre se hicieron muebles antiguos y poner a la venta piezas
antiguas reales que podrían estar en cualquier museo.
Los muebles antiguos que su carpintería confecciona son, por ejemplo, maseras.
-Por eso nos va también en Tineo -argumenta-: porque en
Tineo todavía saben distinguir el pino norte de la madera de castaño
bien cortada. Y, además, siguen necesitanto maseras.
Miro los angelotes ebrios que yacen junto a otros dos
angelotes alados y bonachones. Pienso en esos palacios que hay entre los
ríos Homem y Câvado, tan al norte de Portugal que es cierto que las
nubes que van y vienen son las mismas, León mediante, allí que aquí. Me
despido de Manolo y me voy a dar una vuelta por la Feria del Desembalaje
de Antigüedades, que ahora está en Gijón ofreciendo, en el solar de la
Feria de Muestras, todas sus maravillas.
La maravilla, por cierto, se puede contabilizar en
número, pero no medir en profundidad. Es cierto que, según nos han
dicho, se exponen y se venden casi 40.000 objetos distintos. Los precios
van de los sesenta a los tres mil euros, pero cada objeto guarda
dormida en su silencio una historia elocuente. ¿A quién perteneció este
libro de Ovidio Plubio Nasón que además contiene las Odas de Horacio,
aunque no se diga en la portada, y que se editaron en Zaragoza en 1730? Y
estas gafas años 60, ¿qué sonrisa iluminaron que aún nos llega pícara
como en un verso de Víctor Botas? Calculen ustedes: 40.000 historias
distintas para entretener la soledad que a cada uno nos acompaña. 40.000
oportunidades para contemplar, por un resquicio de la memoria, el
resplandor humilde de la eternidad.
Soñar es despertarse hacia adentro o dormirse -como los
caballos azules de Chagall- vigilante y esperanzado. Lo recuerdo ahora
al mirar, de puesto en puesto, todas estas cosas. Se me ocurre que cada
objeto se despierta hacia adentro, en su sosiego dormido, soñando con su
destino: ¿qué manos acogerán, acariciándola, esa peineta de carey?
¿Quién se sentará a celebrar su dicha, otra vez, alrededor de esa mesa
de roble del siglo XVIII? ¿Será feliz o infeliz? ¿Irá, un poco triste,
hacia una felicidad inmensa? No lo sé y precisamente eso es lo que
conmueve al alma inquieta: no saber sabiendo lo esencial, perderse en el
laberinto conocido del mundo.
Cada objeto que veo es un enigma sin resolver, un enigma
cuya solución es otro enigma más profundo. Tocadiscos del tiempo de los
guateques, libros viejos, copas, cubiertos de plata labrada donde añeja
se refleja la luna del instante; anillos, poleas de barco, cucharas,
bicicletas, sombrillas y samovares que aún son nuevos si los mira un
viejo con ojos de niño o un niño sabio que ya calcula la profundidad
-una cometa- del tiempo entre sus manos. Las antigüedades son como los
salmones: río arriba, contra la corriente adversa del tiempo, llegan a
su destino, a su origen. Hay algo que les espera en esta feria: algo que
tiene que ver con transmitir a otros lo que permanece y dura. Hubo una
señora, Esperanza, a la que todos llamaban cariñosamente Esperanzona,
que regentaba el la Calle Mon de Oviedo una tienda de Antigüedades. La
señora falleció, como suele suceder una vez en la vida a todos los
mortales, y en el escaparate de su tienda se puso un letrero
clarividente: CERRADO POR DEFUNCIÓN PROVISIONAL. Pues eso.