lunes, 1 de diciembre de 2008

Artesano del cuero: Francisco Ramón Fernández-A Pontenova.


Un albardero de A Pontenova rememora
cómo era el oficio que aprendió de su padre y para el que no ve sucesor
pues «non compensa» por lo que se cobra, pero sobre todo, porque la
modernización del campo redujo el número de clientes.

Sigue leyendo...



«Albardas, monturas, coelleras,
molidas, cabezadas... de todo
o relacionado co oficio de guarnicería
». Esta definición de diccionario
es la que ofrece Francisco
Ramón Fernández para explicar
a qué se dedicó toda su vida. Es
albardero, o lo que es lo mismo,
un artesano del cuero que al estilo
tradicional se dedicó a confeccionar
monturas y diversos aperos
para los animales que se usaban
para trabajar en el campo. Un oficio
del que la edad le ha obligado a
retirarse, aunque no pasa un solo
día sin darse una vuelta por su taller,
situado en el garaje de su casa
de Vilaboa, en A Pontenova.
Entrar en el taller de Francisco
es hacerlo en un pedazo de la historia
de Galicia, donde el tiempo
parece detenido. A este sitio, al
que ahora sólo de vez en cuando
se acerca algún vecino a charlar,
acudía gente de buena parte de
Galicia, de la vecina Asturias y El taller del albardero se conserva casi igual que cuando trabajaba.
hasta de Ponferrada a hacer encargos
de piezas. Todo se mantiene
como antaño en el local, en el que
las herramientas siguen ocupando
buena parte de la mesa que preside
el centro del cuarto, como si
fuera la camilla de un quirófano.
De espaldas a la ventana, Francisco
sigue pasando muchas horas
del día «argallando», normal en
alguien que toda su vida ha seguido
la misma rutina y es que «ata
que poida e a saúde me deixe» va
a seguir haciéndolo.
En el taller se mueve como pez
en el agua y eso que apenas queda
un hueco libre. Cinco máquinas
de coser ‘singer’ parecen dar idea
de la gran cantidad de trabajo
que había, aunque lo cierto es
que algunas de ellas las adquirió
Francisco casi por nostalgia, «por
xente que se desfixo delas», otra
la compró en A Coruña y otra fue
un regalo, pero en cualquier momento
cualquiera de ellas podría
volver a la vida con un simple
movimiento del pie derecho, que
rompería el silencio del local con
su traqueteo característico.
DESDE NIÑO. Francisco se inició
en el oficio desde niño, siguiendo
la estela de su padre. Con sólo
siete años ya acudía a coser al taller
por las tardes, «porque ía pola
mañá á escola e baixaba despois
de comer», unos inicios de los que
recuerda que «gustábame moito, a
verdade é que sempre me gustou»,
aunque insiste en que «o primeiro
que fixen foi coser, malamente ao
principio, claro, pero fun aprendendo
porque o mellor estudio é a
práctica», asevera.
El albardero cogió definitivamente
el oficio con 16 años, «cando
rematei a escola, pois daquela
en canto sabías as catro regras xa
che poñían a traballar, de estudiar
nada de nada», asegura, al tiempo
que recuerda que compatibilizaba
su vida en el taller con el cuidado
de los animales que habia en casa,
«dúas vacas, cabras e ovellas».
Hasta los 46 años compartió el
taller con su padre y a la muerte de
éste siguió solo hasta que se jubiló.
Ahora, con 74 años, echa la vista
atrás y es franco a la hora de aseverar
que el suyo es un oficio sin
futuro. «Non compensa, traballo
algo habería, pero pouco» y es que
de una época en la que en todas las
casas del rural la gente se dedicaba
a la agricultura y tenía caballos,
burros y vacas para trabajar en el
campo, y a los que había que armar
para ello, se ha pasado a la
mecanización del campo y a que
la gente que ahora tiene caballos
casi los tiene «por luxo», lo que no
daría para vivir. Además, cree que
ya en su época no era un trabajo
bien pagado. «Non se cobraba o
que había que cobrar», asevera,
pues todo el proceso es totalmente
artesanal.
NO PLÁSTICOS. De hecho, algún
cambio se introdujo en la forma
de trabajar, aunque realmente
fueron mínimos. «Fumos indo
cos tempos, aínda que nalgunhas
cousas os cambios son máis rápidos
ca noutras», asiente con aplomo,
y es que él siempre trabajó
casi con los mismos artilugios que
cuando empezó y alaba con orgullo
que en su taller no se trabajó
nunca con plásticos, siempre piel
natural, cuero que traían de varios
sitios, «de Barcelona, Vitoria, Valencia,
Ourense e Asturias».
De todas las piezas, el sillero
era lo que más le gustaba hacer.
Es la montura tradicional que,
explica, llevaba dos partes, la
silla en sí, para la que había que
mojar el cuero (no más de treinta
minutos para que no quedaran
manchas) para ablandarlo y poderlo
moldear y los laterales, que
es un cuero duro, «aínda que se
traballaba ben», y que se unía a
la silla con una costura del revés,
para que el pespunte quedara más
vistoso. Luego, esta montura se
adornaba un poco al gusto del consumidor,
para lo que usan unas
plantillas especiales para grabar
en el cuero estrellas o rosetones
y también una ‘reglada’ para hacer
las hendiduras. En hacer una
montura podía tardar tres días,
«pero logo bótache media vida»,
recuerda Francisco Ramón Fernández
quien, además de una
gran pasión, heredó de su oficio
algo de artrosis en las manos.
«Os veciños eran
máis unidos e, se
tiñas un amigo,
era para sempre»

De joven, a Francisco le gustaba
ir a las fiestas. «Daquela
había moitas máis e máis
diversión se cabe, e os veciños
e os rapaces estaban máis
unidos. Antes un amigo era
para sempre, e confiabas nel,
pero agora ¡cuidado cuidado!»,
dice recordando que «íamos
en zapatillas, que non era
coma agora», pues aunque
tuvo bicicleta «dende mocete»
una mala experiencia le hizo
desistir de volver a subirse a
ninguna. Se ríe al recordar
como hace casi sesenta años
quiso saber «a canto daba a
bici costa abaixo» y el resultado
fueron unas profundas heridas
en las rodillas, pero sobre
todo en las manos «das que
tardeu en curar 25 días».

VOLVER



Copyright © 2008 PONTENOVA.ES: Términos y condiciones de uso.